Mirarse al espejo y sonreír

Veía a mi madre triste desde hacía tiempo. Había tenido algunos episodios de depresión, nada grave, pero había que estar atentos. Una de las razones por las que se sentía mal era algo tan inevitable pero difícil de comprender a veces como hacerse mayor. “Se sentía vieja”, nos decía. Y aunque tratábamos de animarla no surtía efecto.

A mi madre siempre le gustó salir, ir a bailar, divertirse con las amigas, etc. Desde que se divorció de nuestro padre lo retomó… pero no era lo mismo, según ella. Y es que se miraba en el espejo y no le gustaba lo que veía. Tenía, sobre todo, un serio trauma con su papada. Pero había soluciones para eso.

Cuando le hablé de la cirugía estética, me llamó de todo pero yo la conozco bien, y sé que cuando se quedó sola esa noche lo consultó con la almohada. Una de sus grandes heroínas televisivas se había operado la papada y había quedado divina: es un hecho. Incluso lo habíamos hablado alguna vez a tenor de los típicos “antes y después” de la gente de televisión. Ella se reía, pero ahora llegaba el momento de coger el toro por los cuernos, como se suele decir.

Busqué la mejor clínica de cirugía estética de la ciudad. Cotejé algunas opiniones de personas que conocía y hablé con un cirujano de la clínica especializado en liposucción papada, explicándole bien el caso de mi madre. Sobre todo, insistiendo en que siempre había sido una mujer muy fuerte y con mucha autoestima pero que estaba un poco deprimida desde hacía tiempo.

Con toda esa información me presenté ante mi madre que concedió, al menos, hacerse una entrevista con el cirujano. Además de buen profesional, (lo atestiguamos después de la operación), tiene mucho don de gentes y es muy empático, supongo que también forma parte de su profesión. Supo ganarse a mi madre desde el primer momento, pero también supo informarla con detalle y con sinceridad.

Después de una semana, mi madre dio el “sí”. Y un par de meses más tarde era otra. Fue todo un acierto. Ahora no hay quien la pare, como siempre ha sido.