El duelo 

No sé si es un problema o una virtud, pero me gusta prepararme con mucho tiempo para todo. En realidad, creo que tiene un poco de las dos cosas, pero cuando uno se prepara de forma obsesiva para algo no es bueno. Soy capaz de estar semanas diseñando mi respuesta o reacción ante un problema menor, una minucia laboral, o cosas de ese tipo. La consecuencia de ello es elevar a la categoría de problema serio lo que, en realidad, es una tontería.

Todo esto deriva en un estado de perpetuo de ensimismamiento y preocupación porque siempre encuentro algo de lo que preocuparme, aunque no lo merezca. Pero, de vez en cuando en la vida te encuentras con situaciones que sí merecen una reflexión, como la muerte de un familiar. Hace unos meses mi padre murió de un tumor en el estomago. Fue un proceso bastante rápido pero no inmediato obviamente. También era una persona bastante mayor, pero de cualquier manera fue muy doloroso para la familia.

Pero en lo que a mí respecta el proceso de duelo fue bastante extraño si me atengo a lo que comentan los expertos. Y quizás es porque ya estaba preparado para lo que podía venir. Fue bastante antes de que a mi padre se la diagnosticase la enfermedad cuando yo ya empecé a pensar en una vida sin él, y lo que significaría tanto para mí como para el resto de mi familia. También evalué los pasos a dar. Porque cuando muere un familiar cercano uno no suele estar mentalmente preparado para tomar decisiones. Y es lógico. 

De hecho, se puede decir que viví un pre-duelo o algo así. Desde luego, no es lo habitual, pero como digo es mi forma de ser. Cuando finalmente le detectaron el tumor en el estomago traté de ocuparme del tema asumiendo mi parte de responsabilidad y sin caer en un exceso de dramatismo. Incluso, algunos miembros de mi familia llegaron a creer que “no me importaba”, pero no era en absoluto así: fue algo que premeditado. Soy una persona muy sufridora y me defiendo como puedo, y esa fue mi forma de defenderme en este caso.