En el atelier

A lo largo de mi carrera como periodista he vivido todo tipo de etapas, pero una de las que más me gustó fue cuando trabajé para un pequeño periódico en los albores de internet. Era uno de los primeros diarios digitales y aquella situación me permitió tener más margen de maniobra para trabajar a mi manera.

Una de las facetas que más me gustaba eran las entrevistas a personajes de la cultura. A veces, podía elegir yo, y otras elegían mis jefes, pero casi siempre me servía para conocer a tipos muy peculiares. Una vez me enviaron a entrevistar a una modista alternativa que estaba cosechando mucho éxito con su ropa en la que usaba mucho material reciclado.

Tengo que admitir que por falta de tiempo no pude preparar muy bien aquella entrevista y tampoco me habían prevenido muy bien sobre el personaje. Me presenté en atelier, así es como lo llamaba, y lo primero que sucedió es que tuve que esperar un buen rato, porque estaba en ‘fase creativa’. Y cuando estaba así, era como un trance, así que tuve que sentarme en una zona separada por unas cortinas panel japones que aislaban a la artista en su trance creador.

Tras beberme tres tés con cúrcuma, muchos años antes de que se pusieran de moda (yo creo que lo hacían ellos mismos, picando cúrcuma), me dieron paso a su atelier propiamente dicho. Tras una introducción por parte de su asistente, me pude sentar para iniciar la entrevista, pero cuando la chica (jovencísima, por cierto) ya parecía dispuesta a contestarme alguna preguntita, se levantó disparada y desapareció tras las cortinas panel japones. La asistente me miró con cara de desconcierto (hasta ella estaba sorprendida) volviendo unos minutos después y excusándose: “perdona, es que ha olvidado comprar alga espirulina para comer hoy y le urge).

Y allí me quedé otra media hora, pasando del té al café. Cuando por fin volvió, yo ya estaba un poco hasta las narices, así que le hice cuatro preguntas de rigor: ella se quedaba en silencio medio minuto y después respondía con monosílabos. Me fui, llegué a casa y me inventé sus respuestas para el artículo: nadie se quejó.